TEMAS IMPORTANTES

miércoles, 16 de noviembre de 2011

FELIZ NOCHEBUENA

AÑO 2012

 por Eduardo Galeano *



Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse.


En su casa lo esperaban para festejar.





Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían.



Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás.
En la penumbra lo reconoció.
Era un niño que estaba solo.




Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:


Decile a... -susurró el niño-
Decile a alguien, que yo estoy aquí.
* Periodista y escritor uruguayo



Un necio consciente de su necedad es por tal razón un hombre sabio, pero el necio que piensa que es un sabio es verdaderamente un necio.

el sabio y el necio

Tres personas iban caminando por un bosque: un sabio con fama de hacedor de milagros, un rico terrateniente del lugar y, detrás de ellos y escuchando la conversación, un joven alumno del sabio.
Aprovechando la presencia del sabio, el poderoso terrateniente le dijo:

Me han contado en el pueblo que eres muy poderoso, que incluso puedes hacer milagros.

El sabio le respondió:

Soy una persona vieja y cansada. ¿Cómo crees que podría hacer milagros?

El hacendado insistió:

Me han contado que sanas a los enfermos, restituyes la vista a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos.
Esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso.

El sabio repuso:

¿Te referías a eso? Pues bien, tú lo has dicho:
esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso, no un viejo como yo.
Esos milagros los realiza Dios;
yo sólo pido que se conceda un favor para el enfermo.
Todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
El hombre con fortunas materiales le pidió:

Quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que haces.
Muéstrame un milagro para que pueda creer en tu Dios.
Esta mañana, ¿volvió a salir el sol? -le preguntó el sabio.
¡Sí, claro que sí!
Pues ahí tienes un milagro. El milagro de la luz.
No, yo quiero ver un VERDADERO milagro -protestó el hombre rico-:
oculta el sol, saca agua de una piedra. Mira:
hay un conejo herido junto al camino.
Tócalo y sana sus heridas.

El sabio le volvió a preguntar:

¿Quieres un verdadero milagro?
Bien. ¿No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?
¡Sí! A un varoncito, que es mi primogénito.
Ahí tienes el segundo milagro.
El milagro de la vida.
Sabio -replicó el terrateniente-, tú no me entiendes.
Quiero ver un verdadero milagro.

El sabio inquirió plácidamente :

¿Acaso no estamos en época de cosecha?
¿No hay trigo y sorgo donde hace unos meses sólo había tierra?
Sí -respondió el hombre rico-, igual que todos los años.
Pues ahí tienes el tercer milagro.
Creo que no me he explicado; lo que yo quiero...

No pudo terminar la frase porque el sabio lo interrumpió:

Te has explicado bien.
Yo ya hice todo lo que podía hacer por ti.
Si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte.

Luego de escuchar estas palabras,
el poderoso terrateniente se retiró muy contrariado por no haber conseguido lo que buscaba.
El sabio y su alumno se quedaron parados bajo la espesura del bosque.
Cuando lo vieron perderse en la lejanía, el sabio levantó al conejo,
sopló sus heridas y las heridas desparecieron
El joven estaba algo desconcertado:

Maestro; te he visto hacer milagros como éste casi todos los días.
¿Por qué te negaste a mostrarle uno a ese hombre?
¿Por qué lo haces ahora que no puede verlo?

El sabio demostró su sabiduría, una vez más:

Lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo,
algo que lo sacudiera de su rutina y le trajera un nuevo motivo de sorpresa a su monótona vida.
Le mostré tres milagros y no pudo verlos.
Para ser rey, antes hay que ser príncipe;
para ser maestro antes hay que ser alumno.
No puedes pedir grandes milagros
si no has aprendido a valorar los pequeños prodigios cotidianos.
El día en que aprendas a reconocer a Dios en ellos,
ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días,
sin que tú se los hayas pedido.

autor desconocido




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